28 diciembre 2009

El silencio de los inocentes

En este nuevo año, pasada la Navidad, viene bien para el descanso y la reflexión después de los trajines de esta fecha que para muchos rescata el valor de la familia y permite el encuentro, que los avatares del trabajo y la distancia impiden. Es una celebración que gira en torno del nacimiento de un niño, la figura central de tantos pesebres. Después , se recordará otro hecho que pasó a la historia a través de las páginas de la Biblia como la matanza de los inocentes. El crimen de muchos niños indefensos simplemente por las ansias de poder de un déspota.

La realidad dice que ese nefasto suceso se repitió año a año en todas las latitudes de mil y una maneras distintas. Y se repite hoy, en los albores de 2010 en todo el mundo, en Argentina y aquí, en Tierra del Fuego. Los niños, desde los recién nacidos hasta ese límite indefinido que es el umbral de la adolescencia o la juventud, continúan siendo las víctimas inocentes y silenciosas de los ambiciosos de turno, que hablan muy bien, que pregonan su preocupación por los derechos de los pequeños; pero que, como el Herodes de la Biblia, no dudan en quitarles la vida, al no realizar acciones concretas en su favor.

Hay que tener una piedra en lugar de corazón para no enternecerse ante la visión de un niño inocente. No hay quien se resista a sus ocurrencias, a sus guiños, a sus genialidades, a sus mohines, a sus pucheros, a sus inocentadas, a sus travesuras. Todos los días se escuchan nuevos padres y noveles abuelos que afirman que los arribos de los hijos o de los nietos les cambiaron la vida.
Sinceramente, hablando de todo esto, a uno le cuesta pensar que quienes conducen hoy la sociedad o lo hicieron en algún momento, desde empinados lugares, alguna vez pasaron por esa etapa de la vida. ¿O quién se puede imaginar que FABIANA RIOS, SCIURANO, MARTIN, MILIN FERNANDEZ, MANFREDOTTI, BERTONE, JOSE MARTINEZ, etc. fueron alguna vez tiernos niños cuyas ocurrencias y su belleza todos celebraron. Con seguridad más de una vez a cada uno de nosotros, viendo alguna fotografía de cuando pequeño se le habrá ocurrido preguntar: ¿esto era y en esto me convertí yo?

Los únicos responsables

Los únicos responsables
A pesar de tanta prédica y de tanto discurso, en la Tierra del Fuego de hoy, los famosos derechos de los niños siguen estando más en los papeles que en la realidad; en muchos casos por la situación socioeconómica. Pero de lo que les pasa a los niños hay unos únicos responsables, en todas partes: los mayores. Si se asumieran las responsabilidades de cada uno, las cosas serían de otro modo. Pero los chicos siguen siendo el centro de miles y miles de palabras; pero el objeto de acciones que provocan el efecto de Herodes.

Ellos no votan, para ellos no son las campañas electorales, no pueden presentar proyectos de ley, no pueden hacer paros ni pedir para que éstos no los dejen sin clases o sin atención de su salud porque ellos no tienen un sindicato o gremio que los defienda.
Es cierto que todas esas cosas pueden hacerlas los mayores por ellos; pero no siempre sucede así porque muchos siguen en la calle con la ilusión de que trabajan porque cuidan o lavan algunos coches o porque juntan algunas monedas o porque simplemente están sin ir a la escuela, iniciándose en los vicios, en la drogadicción, en el delito; en muchos casos explotados por mayores sin escrúpulos, para quienes correspondería la maldición bíblica de atarles una piedra y arrojarlos al fondo del mar.

Los niños no debieran estar en los piquetes acompañando a sus padres a cortar rutas o calles o a tomar edificios, ni revolviendo bolsas de desperdicios, ni menos en los basurales. Ellos debieran estar estudiando en las escuelas, jugando en los parques, en los clubes, en las plazas, en sus casas; en los hospitales donde cuidan su salud; en los hogares, cuando no tienen padres, cuidados por profesionales con mucho corazón.

Terminar con la retórica
En este tema más que en ningún otro hay que terminar con la retórica, con el discurso fácil y pasar a los hechos concretos y sin mayor dilación. Porque si es cierto lo que dicen los números, si más de la mitad de los niños argentinos son pobres y -en nuestra provincia además pobres de atención afectiva, con sus necesidades básicas insatisfechas, y si ellos son el futuro, ¿qué es lo le espera a esta provincia?
Es urgente que se haga algo por ellos desde todos los sectores: hay que juramentarse de alguna manera para que todos —absolutamente todos— puedan ir a la escuela y a una escuela que dicte clases con los elementos necesarios y con maestros bien pagos y excelentemente preparados. Mientras no se haya conseguido esto, todo lo demás serán huecas palabras. Esto es algo que compromete fundamentalmente al gobierno, porque para eso está allí; pero también a toda la sociedad: padres, gremios, entidades de bien público, entes religiosos; todos.
Y esto debe repetirse en el plano de la salud, en la atención de las madres, en la nutrición, en el vestido, en la práctica de los juegos y de los deportes. No se puede permitir que siga repitiéndose en forma indefinida la matanza de los inocentes. De esos inocentes que no hablan, que quedan en el camino antes del primer año de vida (¿importa tanto si son 20, 24 o 27 por mil?), que tienen que salir a trabajar en vez de ir a la escuela, que no tienen una cama digna para descansar, que no pueden jugar como otros chicos que ven pasar todos los días.
Este silencio que muchos creen que se redime con un domingo de agosto lleno de juguetes, golosinas y payasos o con algún regalito para el arbolito de Navidad que no tiene, debe sonar más fuerte que nunca. Con el mismo énfasis —o mucho más— con que sectores como los empleados del Tribunal de Cuentas, del Poder Judicial, de la Contaduría y Tesorería y de la Dirección General de Rentas defienden lo que creen que son sus derechos, la comunidad toda debe juramentarse terminar con esta matanza —física o espiritual— de tantos inocentes.

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