19 noviembre 2009

Militantes


El 17 de noviembre de 1972 se cierra un ciclo histórico abierto diecisiete años antes por la "revolución fusiladora". A lo largo de ese lapso, se sucedieron en la República Argentina cinco administraciones no consecutivas directamente encabezadas por las Fuerzas Armadas (Lonardi, Aramburu, Onganía, Levingston, Lanusse), dos gobiernos civiles semilegales tutelados por la milicia (Frondizi e Illia) y un cachivache al moderno estilo Honduras (Guido). Todos estos gobiernos formaron parte del caótico intento del bloque de clases dominantes por restaurar los privilegios lesionados por el peronismo, que fue la "libertadora". Un ciclo que se inicia el 16 de septiembre de 1955 y que finaliza el 11 de marzo de 1973.
Siguiendo el diktat de las costumbres de su clase, la oligarquía auspició un brutal sistema represivo en la comprensión de que solamente el terror podía "poner en caja" a las clases más bajas, soliviantadas por los derechos nuevos creados por el gobierno justicialista. Había sido así en 1862, con la presidencia de Mitre; durante los gobiernos de la Generación del '80 y en las décadas de 1920 y 1930. Cada uno de estos momentos históricos significó la lucha de las clases dominantes por mantener un statu quo cada vez menos estable, represión mediante. Llámese "expediciones punitivas mitristas", ley de Residencia, Semana Trágica o fusilamientos de la Patagonia.
La aparición del peronismo significó el quiebre del bloque histórico (como bien apunta Alejandro Horowicz en su libro Los cuatro peronismos) que tenía por comienzo la propia Organización Nacional, luego de la caída de Rosas. Este bloque histórico se caracterizó por la formación del país a imagen, uso y semejanza de la oligarquía ganadera.
Esto y no otra cosa es la "libertadora": un monumental acto de intento de restauración del estado de cosas anterior a 1945.

Sin embargo, la fragmentación del bloque histórico era un hecho irreversible. Por eso es que el fenómeno social que surge a partir de 1955 es "la Resistencia". Porque las clases sociales más bajas, beneficiadas por las políticas peronistas no pueden volver a lo anterior. Conscientes de sus nuevos derechos, no por la vía doctrinaria, sino por el pleno ejercicio de los mismos, saben que deben luchar en defensa propia. Con Perón fuera del poder, los partidos políticos de la oligarquía dominando la escena "legal" del país y las Fuerzas Armadas en el gobierno, aparece una nueva clase de peronista: el militante clandestino. La expresión colectiva de la lucha subterránea llevada adelante por un sentido individual de la responsabilidad social y de clase.
Hay que decirlo claramente: es la represión de la "libertadora" la que da origen a lo que años después será la "lucha armada". De los fusilamientos de José León Suárez surge el militante "jugado", armado y dispuesto a todo. La lucha de clases, en la Argentina post 1955 será, más que nunca, un esquema de combate irregular: una fuerza de ocupación, organizada y bien armada por una parte y una multiplicidad de grupos en armas, muy decididos y con el beneficio de la clandestinidad como cobertura para las actividades del militante-combatiente. Un esquema que se irá modificando, no desde las Fuerzas Armadas, prisioneras de su organigrama rígido, sino desde la creciente organicidad de los grupos de resistencia, hasta llegar a las "formaciones especiales". Volveremos a esto más adelante.
El exilio de Juan Perón propone un reacomodamiento del tablero político local. Si bien en los últimos años del gobierno peronista se venía produciendo una clara tendencia a la burocratización de los cuadros sindicales y políticos, el paso a la clandestinidad con que el sistema político/militar de la oligarquía obliga al peronismo da como resultado un grupo militante con clara conciencia de clase, muy ideologizado y combativo, cuyo mejor emergente será John William Cooke; a la vez, otro tipo de peronista se recorta claramente: el burócrata "dialoguista" con el poder de turno, cuyo arquetipo es Augusto Timoteo Vandor. Aquí está buena parte del origen de la discusión armada hacia la interna del propio peronismo, que no viene al caso ampliar ahora, pero que tiene un primer chispazo temprano en el tiroteo de la confitería La Real de Avellaneda entre Vandor y un grupo de sus guardaespaldas, con un grupo de militantes peronistas de base encabezados por Domingo Blajaquis y que prefigura el enfrentamiento que vendrá.
Con la llegada de la década del sesenta, se produce el ingreso al peronismo de amplias franjas de juventud de clase media. En tanto aliada histórica de la oligarquía, la clase media argentina, especialmente de las franjas urbanas, fue tradicionalmente refractaria al peronismo. Es la proscripción política que la misma clase media auspició y aceptó la que fascinó a sus hijos. Se puede decir con buena posibilidad de acertar, que buena parte de los cuadros de los grupos armados peronistas de fines de los sesenta y principio de los setenta, provenían de familias gorilas.
Este será el arma que Perón encontrará en sus manos para golpear a la libertadora después del frustrado Operativo Retorno de 1964. La "juventud maravillosa" será el terror de la dictadura y sus acciones, cada vez más audaces, las que posibiliten el regreso del propio Perón a la patria, algo que, para la época antes señalada, no estaba en los cálculos de nadie.
No constituye un error afirmar que a Perón lo trajo de vuelta la militancia. Fue, por cierto, ésta la que jaqueó al último gobierno de la libertadora hasta forzar el retorno. Y no es menor que quien estuviera al mando del gobierno y del Ejército fuera el gorila con mejor visión de la política de todo el ciclo "libertador": Alejandro Lanusse.
El avión aterriza ese día lluvioso y gris. El aeropuerto de Ezeiza, construido bajo el mandato del hombre que desciende del avión, está rodeado por efectivos del Ejército. El periplo inicial del retornado ex tirano prófugo de la propaganda gorila, será el Hotel Internacional. Al pueblo no se le permite llegar hasta las instalaciones. No está claramente definido el status del general Perón: si es un huésped o un prisionero. Por última vez, quizás, en un acto de características semejantes, pervive la convivencia entre las facciones antagónicas del Movimiento. Por eso es Rucci quien sostenga el paraguas que protege al Conductor de la lluvia, al lado del Ford Fairline color crema. El desquite de Lanusse por su propia gaffe sobre el cuero que no le daba a Perón para volver, es separar al Líder del calor de su pueblo. El retorno, propiamente dicho, está blindado.
De cualquier modo, es una victoria derrotada. Perón pisa otra vez el suelo argentino y lo hace en triunfo. El mundo ya no es el mismo, el país ya no es el mismo. Latinoamérica late al son de la Revolución Cubana y en Argentina todavía queman las brasas del Cordobazo. Todo es diferente. Perón también parece serlo. No es el presidente derrocado del '55 sino el líder poderoso de 1972 quien vuelve, con el pueblo, los sindicatos y las formaciones especiales bramando bajo sus pies. Las líneas del poder pasan por él, exclusivamente. Allí donde él esté, estará el poder. Ya sea en Ezeiza o en Gaspar Campos. Eso es lo que Lanusse comprende, eso es lo que la militancia ha logrado. Que la vieja leyenda del avión negro se haga realidad.

0 comentarios:

Publicar un comentario